No, no estoy robándome el título de Nietzsche…
pero más de alguna vez nos hemos preguntado:
“¿Lo estoy haciendo bien?”
La vida, con todos sus placeres, nos envuelve.
La fe también.
Y muchas veces quedamos atrapados en ese juego entre lo “correcto” y lo “incorrecto”,
tratando de encontrar un equilibrio que a veces parece imposible.
Yo no creo que Dios nos haya llamado a sufrir,
ni a vivir negando todo aquello que nos hace felices.
Creo que la fe va más allá de lo terrenal… pero no nos pide alejarnos de lo terrenal.
La fe y la devoción son maravillosas:
sentirnos acompañados, sostenidos, saber que hay solución incluso donde no la vemos.
Mi corazón se llena cuando voy a la iglesia…
pero también se alegra cuando escucho música, cuando salgo, cuando disfruto.
He amado esta vida. Amo esta vida.
Y por eso, ese versículo que dice “no amen esta vida” siempre me ha parecido duro.
¿Cómo no amar algo tan bello?
He visto a Dios en tantas cosas,
pero también siento que Dios es distinto a lo que tradicionalmente nos enseñaron.
Esa idea de “no hagas, no pienses, no sientas, no desees”…
qué crueldad sería que Dios nos diera una vida tan maravillosa y no quisiera que la viviéramos.
También valoro ser diferente:
no dejarme llevar por los vicios,
no seguir caminos que no me construyen,
no conformarme con ser una versión reducida de mí misma.
Entonces… ¿de qué se trata todo esto?
Creo que se trata de amar a Dios,
pero también amar la vida que Él nos dio.
Honrarla, disfrutarla, cuidarla, agradecerla.
Porque al final, la fe no es cárcel…
es camino.
Comentarios
Publicar un comentario